sábado, 8 de mayo de 2010

América en la batuta de Gustavo Dudamel

No importa si se es coralista, público, músico, director o melómano, presenciar un concierto dirigido por Gustavo Dudamel deja una huella tan profunda en los ojos y en el alma que después de eso, la manera de disfrutar la música ya no será la misma.

El programa musical de la gala del primer festival “América y los americanos”comenzó con The Promise of Living, de la ópera The Tender Land, bellísima obra de Copland en la que se construye una curva perfecta a medida que se involucran más instrumentos de la orquesta. Copland realiza aquí una introspectiva versión orquestal de Zion's Walls, himno popular de su tierra. Se luce nuestro director en el manejo y control de la tensión, sin romper la línea del discurso musical y resaltando la belleza y sublime emoción de esta obra.

Como segunda interpretación las Danzas del Ballet Estancia, de Alberto Ginastera, famosa obra conocida especialmente por el público venezolano que ha seguido el desarrollo de nuestro movimiento orquestal. Estas cuatro danzas, que parecieran compuestas para hacer lucir a la orquesta, son un manjar exquisito, aún más bajo la batuta de Dudamel. No es posible resistirse a la seducción de los ritmos, a la fuerza del malambo argentino. Tampoco se puede reprimir la sonrisa en nuestros rostros por la alegría contagiosa de esta música bien hecha, mientras lo vemos a él, mandando y bailando, dirigiendo y permitiendo el fluir de la orquesta, canalizando el discurrir por el cauce natural y luego, el final, que ya viene acompañado de aplausos que no alcanzan a ser contenidos hasta el último compás.

Para cerrar, la Cantata Criolla, del venezolano Antonio Estévez, acompañada por recursos extramusicales (imágenes, subtítulos con los versos traducidos y textos entrelazando distintas voces de la literatura americana, leídos por tres famosos actores) que colaboran en la comprensión del argumento poético. Dudamel de nuevo, con su ímpetu, pasión y la fuerza que sabe emplear a través de sus gestos y precisos movimientos, logra que la audiencia sienta el calor y la alegría de los llanos venezolanos, ayudando a la orquesta a adentrarse en uno de los ritmos más complicados que existen, especialmente para un foráneo: el joropo. Vemos aquí a un director distinto. Su papel ahora es acompañar a los excelentes solistas, tenor y barítono, en quienes reside el protagonismo musical. Dudamel ejerce esta función con el perfil justo, comandando a la orquesta y permitiendo que el interés se centre en Florentino y el Diablo, para luego de la porfía, volver a iluminar el podium con su energía mientras anima al coro y a la orquesta a lograr un final de gran sonoridad para un brillante cierre de un concierto que fue un viaje por tierras norteamericanas, argentinas y venezolanas, donde no hubo fronteras, donde el idioma fue el mismo y las tres obras parecían pertenecer a una suite llamada América.

Créditos:

Director Musical: Gustavo Dudamel

Producción: Eloísa Maturén

Dirección: Alberto Arvelo

Tenor: Aquiles Machado

Barítono: Gaspar Colón Moleiro

Actríz: Helen Hunt

Actor: Edgar Ramírez

Actor: Erich Wildpret

Escritor: Guillermo Arriaga

Coros: Schola Cantorum de Venezuela, Directoras: María Guinand y Ana María Raga

Los Angeles Master Chorale, Director: Grant Gershon

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