Imagen: Ensayo repertorio madrigales SCV, Junio 2014
Regados por el
mundo hay muchos coralistas, venezolanos y extranjeros que han vivido la
experiencia de haber ensayado con este gran maestro, precursor de la
profesionalización de la dirección coral en Venezuela, más conocido últimamente
en su faceta de compositor de obras corales, artista total.
Desde enero de
este año, ha regresado al salón de ensayo, luego de algún tiempo sin dirigir,
exclusivamente para trabajar un programa de madrigales venezolanos con la
Schola Cantorum.
¿Qué trabaja el
maestro? ¿cómo? ¿tiene algún secreto?
Escribo porque
me mueve el compartir lo que se aprende con él, porque si pudiéramos repetirlo,
haríamos un bien al mundo, a la gente, a través del Arte.
Pienso que todo
en Grau inicia desde el respeto profundo por la música, como lenguaje, como
fenómeno sonoro, como vehículo verdadero del sentimiento humano, ese que en la
zona segura de un salón de ensayo o de una sala de conciertos, puede llegar a
expresarse sin ningún tipo de temor y con toda confianza… si nos dejamos
guiar.
Lo segundo en
importancia, a mi parecer, es que él no se permite llegar a un ensayo sin haber
previamente preparado con todo detalle lo que quiere mejorar. Esto incluye, la
selección de madrigales que trabajará en ese ensayo, la afinación de los trozos
específicos que han presentado o pueden presentar problemas, balances, fraseo,
calidad sonora, instrumentos y lo que van a hacer, movimientos del coro (quiénes,
cómo y donde sean requeridos), etc, pero no sólo define los objetivos sino
también ya tiene decidida la manera en que va a trabajar esos aspectos (por
ejemplo, sólo ritmos sin canto, o voz por voz, o exclusivamente el trozo
‘problema’). Si es el caso, también hace explicaciones que puedan ayudar al
coro a entender la intencionalidad de la música, por ejemplo, destacar los pies
binarios, los ternarios.
Lo tercero, a mi
criterio, es que Grau es como un pintor que ya vio en su mente los tonos de los
colores que va a utilizar y no se conforma hasta obtenerlos, porque para él ya
existen antes de que el coro sea capaz de cantarlos. Ensayo a ensayo los va trabajando,
pacientemente, (aunque pareciera que no), con insistencia, repitiendo siempre
con sentido y finalmente, cuando se logran, el coro lo siente, comprendiendo el
por qué, tal como sería caminar por muchos kilómetros guiados sólo por la fe, para
luego admirar un paisaje inesperado que demuestra el recorrido y cautiva por el descubrimiento de su belleza. Muchas veces estos momentos son irrepetibles.
Lo cuarto,
aunque es inútil seguir enumerando, es su gestualidad. No parece que él hace
música con sus gestos, sino que ésta lo busca para fluir a través de él, desde
adentro. Son tan naturales sus movimientos y tan coherentes con su reflexión
intelectual, que no hay lugar para el artificio. A veces dirige todos los
detalles, en ocasiones, de manera premeditada, no hace gestos evidentes,
logrando que el coro tenga que esforzarse en escucharse y no se confíe. En
ocasiones juega con el coro, esperándolo para seguir juntos. Siempre hay
creación y todo es nuevo, aunque la meta sea única.
Toda nota, toda
sílaba, tienen un peso, una intensidad, un carácter y una intención específicos, siempre
relacionados con el contexto. Trabaja por el justo equilibrio y el coro intenta
responder a esos niveles. No lo hace porque la partitura tenga una indicación
específica o porque el autor haya escrito con detalle lo que desea. Cuando
decide cómo hacerlo es porque para él no existe otra forma de expresarlo. Y es
entonces cuando el ensayo se convierte en una escuela de sentimiento, sacudiendo al coro con reflexiones sobre las emociones humanas, pero no con filosofía, sino
recurriendo a su verbo claro, a su humor particular y efectivo y por encima de
todo, a su propia y genuina pasión.
Alberto nos ha
enseñado que un coro es una escuela de vida. Los que hemos tenido el privilegio
de hacer música con él sabemos que es así. Y conocemos su secreto: Alberto Grau no
se cansa nunca de pensar cómo hacer para que la música sea cada vez mejor.